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¿De qué sirve crecer aceleradamente si tu empresa no sabe para qué existe?
En el mundo empresarial solemos pensar que la planeación estratégica empieza con grandes metas, proyecciones financieras o planes comerciales. Pero, con los años, he aprendido que todo eso es secundario si no existe un cimiento sólido: los valores y el propósito de la organización.
Entre 2002 y 2007 logré crecer mi empresa cuatro veces su tamaño. Fue un periodo de expansión vertiginosa, donde cada año superábamos nuestras propias metas. Pero lo hicimos sin un propósito claramente definido y sin un conjunto de valores compartidos. Crecimos en ventas, en oficinas, en líneas de productos y en personal… pero no crecimos en cohesión.
Esa falta de alineación fue la semilla de la debacle que vivimos en 2008. El crecimiento acelerado se volvió insostenible porque cada persona tenía una interpretación distinta de lo que era “éxito” para la compañía. Sin un propósito común, cada área remaba en una dirección diferente. Y sin valores claros, terminamos contratando gente que quizá tenía talento, pero no compartía la esencia que necesitábamos para sostenernos en el largo plazo.
Un desencanto revelador
Años después, cuando ya había formado nuestra práctica de planeación estratégica, recibí la llamada de una persona que había trabajado con nosotros en esa etapa de crecimiento. Apenas lo conocía y me propuso hacer una alianza. Al principio sonaba atractivo, pero pronto me di cuenta de que sus formas y su manera de relacionarse estaban completamente alejadas de lo que yo valoraba en un aliado.
Ese desencanto me reveló algo más profundo: yo mismo había sido responsable de permitir que personas así entraran a mi organización en aquellos años de crecimiento. Lo hice porque entonces no teníamos un conjunto claro de valores que sirviera como filtro.
El propósito como norte
El propósito no es un eslogan bonito ni un párrafo en la página web. Es el “para qué” profundo de la organización, aquello que da sentido a cada acción, inversión o iniciativa. Cuando existe, alinea. Cuando falta, dispersa.
Una empresa con propósito logra que sus colaboradores vean más allá de su puesto: entienden cómo su trabajo conecta con algo más grande. Y en tiempos de crisis, el propósito funciona como brújula: permite decidir qué sacrificios hacer y qué convicciones mantener.
Los valores como filtros de decisión
Si el propósito es el norte, los valores son las reglas de convivencia para recorrer el camino. Son los filtros que determinan qué personas entran a la organización, qué comportamientos se premian y cuáles no tienen cabida.
En retrospectiva, de haber tenido valores claros en 2002, jamás habríamos contratado a alguien que años más tarde me resultó incompatible. Los valores no eliminan los errores, pero sí previenen los más costosos: aquellos que se cometen por incoherencia.
Hoy sé que los valores no son un decálogo colgado en la pared. Son compromisos prácticos que deben vivirse en las contrataciones, en las promociones y en la manera en que se negocia con proveedores y clientes. Una empresa puede crecer rápido sin tener claros sus valores, pero no puede sostener ese crecimiento en el tiempo.
El primer paso de la estrategia
En mis colaboraciones anteriores he compartido las doce preguntas clave para lograr claridad y los cinco horizontes para planear. Pero lo primero es definir los valores y el propósito.
Porque la estrategia sin cimientos es como un rascacielos sin base. Puede verse imponente por fuera, pero en el primer temblor se viene abajo.
Por eso, cuando acompañamos a empresas en procesos estratégicos, siempre empezamos con esta pregunta: ¿para qué existe tu empresa y qué valores son innegociables? A partir de ahí, todo lo demás —metas, plazos, planes— se construye con solidez.
Así que, antes de definir indicadores o planes, hazte estas dos preguntas: para qué existe tu empresa y qué valores son no negociables? Si tienes claras las respuestas, tu estrategia nacerá con la fuerza necesaria para sostener el crecimiento al que aspiras.