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Este es el momento para que la industria, la liga, los clubes y las marcas dejen de hablar encima de la afición y comiencen a hablar con ella.
Por años he repetido una frase que escuché en un estadio y nunca olvidé: “En México no se va al futbol, se va a reconocerse en otros”. Y hoy, tras leer el informe Tiempo extra: El dilema del futbol en México, presentado por Truth Finder Consulgency, esa idea cobra un sentido más profundo —y más doloroso— que nunca.
Porque sí, México sigue amando el futbol… pero el futbol mexicano dejó de amar a México.
A siete meses de recibir otra Copa del Mundo, después de casi cuatro décadas, el país está viviendo una paradoja que no deberíamos ignorar: una fiesta global gigantesca a punto de estallar —con 104 partidos, cientos de miles de turistas y más de 3 mil millones de dólares en derrama económica— mientras la relación entre la afición y el futbol nacional está rota.
Como especialista del juego y testigo de sus pulsos emocionales, tengo que decirlo sin rodeos: la pasión del mexicano sigue intacta; lo que se agotó es la paciencia.
La desconexión que nadie quiere admitir
Según el estudio, 86% de los mexicanos se declara apasionado del futbol, una cifra altísima para un país con tantas grietas sociales. Pero cuando se les pregunta por el futbol nacional, el diagnóstico es lapidario: corrupto, opaco, aburrido y de baja calidad.
Y, aun así, seguimos ahí.
Seguimos con la botana lista, analizando el partido por horas, revisando memes, discutiendo con la familia, jurando que esta vez sí nos escucharán en las oficinas de la liga o en las federaciones.
No seguimos por ellos. Seguimos a pesar de ellos.
Porque, como bien apunta Joan Frías, de McCann Worldgroup México, el futbol en este país es un ritual social. Sólo 2% del consumo futbolero ocurre en solitario; el resto se vive en comunidad. El futbol no es un evento: es un espejo emocional donde compartimos identidad, orgullo y frustración.
La experiencia del aficionado… absolutamente rota
Lo que más me sorprendió —y a la vez no— fue el nivel de hartazgo que genera la hoy pulverizada experiencia de consumo.
Para ver un solo torneo hay que pagar más plataformas que jerseys: VIX, Caliente, Claro Sports… Cada quien jalando para su molino, pero casi nadie apostando por el aficionado.
No es casualidad que mucha gente termine recurriendo a señales piratas. No es rebeldía: es supervivencia cultural. Si el futbol une, ¿por qué su acceso divide?
Y duele aún más al recordar que el futbol mueve más de 100 mil millones de pesos al año en México. ¿Cómo puede ser que una industria tan millonaria ofrezca una experiencia tan poco digna?
El jersey, último bastión de identidad
Si hay algo que este estudio confirma es lo que siempre he visto en los estadios: el jersey es nuestro escudo.
Entre 40 y 65% de los mexicanos se lo coloca cada vez que juega su equipo. No es una prenda: es pertenencia. Es decir “yo soy de aquí”, incluso si ese “aquí” lleva años sin representar al aficionado.
La selección vive un momento extraño: ni inspira ni decepciona. Es neutral. Y la emoción actual viene más por ser sede mundialista que por lo que pasa en la cancha.
Lo repito: México ama el futbol. Pero no se siente representado por él.
Una llamada de atención para las marcas
El estudio pone el dedo en una herida que rara vez se menciona: las marcas siguen hablándole al fan equivocado.
Hablan al megafan solitario, al que grita solo frente a la televisión, cuando en México el futbol es colectivo, familiar, comunitario. No hay cuarto oscuro: hay patio, sillón compartido, vecinos gritando el mismo gol.
Las marcas deben entender cuatro cosas si quieren jugar en serio:
- Pertenencia y comunidad. Hablar de la convivencia real, no del cliché del sillón perfecto.
- Identidad auténtica. No usar la camiseta como decoración: entender su peso simbólico.
- Catarsis colectiva. El futbol se vive en coro, no en silencio.
- Defensa mexicana. Humor local, tradiciones locales, códigos locales.
El futbol vive en la gente, no en las juntas de consejo. Y hoy la afición quiere regresar a la cancha simbólica que siente perdida.
Entonces, ¿qué sigue?
No es la pasión el problema. Esa está más viva que nunca.
El problema es que nadie está contando una narrativa que represente al aficionado mexicano.
Si algo nos enseñará el Mundial 2026 es que las miradas del mundo no bastan si quienes están dentro de casa ya no sienten orgullo.
Este es el momento para que la industria, la liga, los clubes y las marcas dejen de hablar encima de la afición y comiencen a hablar con ella.
Porque México no dejó de amar el futbol.
El futbol dejó de buscar a México.
Y es hora de que vuelva a hacerlo.