La IA ha hecho posible reducir a unos pocos minutos un ciclo de toma de decisiones que antes tomaba veinticuatro horas.
¿Sabes qué tienen en común las batallas de Salamina (480 a.C.), Crécy (1346), el Marne (1914) y la Batalla de Inglaterra (1940)? A pesar de estar separadas por cientos de años, son cuatro ejemplos de combates cuyo desenlace estuvo determinado, en gran medida, por un mismo factor: la velocidad.
Ya sea en la transmisión de órdenes, maniobrabilidad de flotas, rapidez de detección, reabastecimiento o mantenimiento, un ejército capaz de operar más rápido que su adversario a menudo ha disfrutado de una ventaja decisiva.
Esto es precisamente lo que promete el uso de la inteligencia artificial (IA) en los sistemas de defensa. Aunque la atención se centra en su papel en la autonomía de drones, el valor de esta tecnología no se limita solo a estos dispositivos. La IA se está instalando en una amplia gama de equipos para mejorar su rendimiento.
Desde la interpretación de datos de radar hasta la eliminación de ruido en las comunicaciones de radio, pasando por medidas de contraminas y sistemas de identificación de amenazas en aviones de combate, hay más de cien casos concretos dentro de Thales donde la IA está aumentando la efectividad de nuestras soluciones tecnológicas en el campo de batalla.
Estas mejoras tienen un impacto significativo en la velocidad de las operaciones. De manera acumulativa, probablemente inclinen la balanza de poder o incluso den ventaja al David sobre el Goliat.
Uno de muchos ejemplos de esto son los puestos de mando. Durante el ejercicio Steadfast Jupiter de la OTAN en octubre de 2023, demostramos cómo la IA podría ser utilizada en el escenario de operaciones para fusionar grandes cantidades de datos heterogéneos y proporcionar tanto una comprensión táctica como recomendaciones que podrían ser utilizadas directamente por los oficiales. El cambio en el ritmo es radical: la IA ha hecho posible reducir a unos pocos minutos un ciclo de toma de decisiones que antes tomaba veinticuatro horas.
Debemos ser conscientes de los tiempos históricos que estamos viviendo. No es común que una tecnología sea capaz de barajar las cartas del poder tan rápidamente, en comparación con los largos ciclos que normalmente caracterizan la evolución de los sistemas de defensa.
Como corredores de larga distancia obligados repentinamente a ponerse en la línea de salida de una carrera corta, todos los actores en la defensa deben organizarse en consecuencia. Aquellos que no logren adaptarse y desplegar rápidamente soluciones de IA dentro de sus fuerzas armadas podrían encontrarse en desventaja frente a adversarios más ágiles.
Desarrollar una IA para integrarla en un sistema de defensa es un ejercicio muy específico que implica requisitos que no tienen nada en común con las herramientas de consumo. A diferencia de ciertos robots conversacionales ampliamente conocidos, por ejemplo, la IA para la defensa debe ser perfectamente confiable. También debe ser capaz de explicar sus resultados. Sus algoritmos deben ser capaces de operar en equipos embarcados con recursos limitados (en términos de peso, volumen, consumo de energía, capacidad de cómputo, etc.). Por encima de todo, dicha IA requiere los más altos niveles de ciberseguridad porque, aunque su potencial para los ejércitos es enorme, los riesgos asociados a posibles vulnerabilidades no son menores. En resumen, esta IA para la defensa debe ser, sobre todo, una IA en la que se pueda confiar.
Todo esto implica decisiones de diseño y el uso de tecnologías específicas que algunas de las principales empresas han llevado al nivel de arte, y en algunos casos, incluso están marcando el camino. En el actual clima internacional inestable, no debemos dejar pasar esta oportunidad casi providencial para acelerar la modernización de capacidades que han sufrido décadas de falta de inversión.